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El Regreso

Andar.... andar, lentamente por el polvoriento camino que conduce al pueblo, el pequeño pueblo de casas blancas, querido y recordado en las largas y frías noches de insomnio. El camino pedregoso a trechos y polvoriento a veces, a diario recorrido y pisado por las botas, fuertes y claveteadas de los rudos campesinos.¡ quizás Zoilo¡... O tal vez Martin, seguidos por los mulos o por la yunta de bueyes, acabasen de pasar por allí.

Piedras conocidas... Polvo querido.

Y a sus lados el trigo, los garbanzales con su penetrante olor, la remolacha. Inmensos campos de labrantío de tierras rojas, de suaves ondulaciones, limitadas al sur por la cadena montañosa que da gracia a la oscura monotonía del paisaje requemado por el sol.


Llegar a la huerta de Paco y sentir el frescor de la tierra regada diariamente. Contemplar el verdor perenne de las plantas, las rojeces del tomate, la granada abierta con sus granos al aire, picoteado por los pájaros, y la agradable visión de las ciruelas con el pino brillo cubriéndolas. En una esquina, el burro ciego y cojo dará vueltas alrededor de la Noria, para que un hilillo de agua surja por el tubo y corra débilmente por la zanja abierta.¡ Pobre burro, cuántos recuerdos guardo de ti¡.

Se sube la cuesta a cuya falda está situada la huerta y aparece a nuestra vista el pueblo. Es pequeño; de calles asimétricas, bordeadas de casas irregulares, construidas según el gusto y las posibilidades de cada uno.

Lo qué primero vemos al llegar es la iglesia de frontón alto, con un jardincito de naranjos y limones en la parte izquierda. En la parte superior del campanario el escudo del Obispado y el clásico nido de cigüeñas.

A medida que avanzaba hacia el pueblo un loco nerviosismo se iba apoderando de Agustín.

Nuevas ideas y recuerdos se turnaban en su mente."¿ cómo me recibirán?. Mi juventud loca y libertina me acarreo muchas antipatías. Salvo tres o cuatro amigos, creo que el pueblo se alegro de mi desgracia, y además las malas lenguas con su labor destructora"...

Dio un salto para salvar un arroyo de piedras limpias y redondas, por el que corría muy poca agua. A lo lejos una manada de vacas pastan en el rastrojo. Lo miran con sus ojos mansos y curiosos. Un poco más lejos los toros bravos. Que soberbia aparición la de esa masa negra de ojos llameantes, de miedo y furor, cuando irrumpe con ímpetu en la plaza. Los corazones se encogen ante su potencia. Su pelo suave y fino brilla al sol de la trágica tarde. Su altiva cabeza, que rodara ignominiosamente por el suelo, se alza retadora hacia los tendidos. ¡Fugaz soberbia que durara solo unos minutos¡

“Que Terrible día aquel. La madre del pobre niño casi me mata, estaba medio loca. Pero qué culpa tenía yo de que el crío jugando se metiera entre las ruedas de la motocicleta?.¡Qué escándalo¡ por poco me linchan. El pueblo estaba furioso. Casi no podía moverme, y nadie acudió en mi ayuda. Solo vociferaban.- ¡ debías de haberte dejado los sesos pegados en la carretera, hijo de esto, hijo de lo otro- clamaban."

El clocó de una cigüeña que hacía su nido le distrajo un momento. A lo lejos la águila revolotea suavemente.¡ Qué maravilla¡. Con razón la llaman la reina de las aves. En ella se aúnan la belleza y la fortaleza. En los altos picos, ella, eterno vigía del horizonte, se mece suavemente con sus largas alas extendidas al compás del viento, mientras sus ojos, feroces ojos de felina mirada, escudriñan con atención el espacio, siempre dispuesta a caer rápidamente sobre su presa, clavarle sus afiladas uñas y transportarla por el cielo hasta su nido, para que allí la devoren  ávidamente sus polluelos.

“Debía de haberme ganado las simpatías del pueblo mucho antes. Si hubiese sido un pueblerino más lo habría conseguido. Pero mi soberbia,mis orgullosas ideas me apartaban del trato con aquellos campesinos, tan distantes. Y aquel era mi pueblo, lo quería, pero no congeniaba con sus habitantes. Odiaba aquel cuchicheo de viejas de portal, rajando y vistiendo de trapos sucios a la hija de la vecina. Me asquea van los trabajadores que después de la faena se metían en las sucias tabernas y allí dejaban el jornal y después a pelear con la señora."

"Claro que entonces mi juventud era mucha y mi capacidad de comprensión poca. Yo solo criticaba, sin esforzarme en comprender la dura lucha por la vida de aquella gente, ¿ y para qué?, si al fin y al cabo solo defendían los intereses de otros que ni siquiera conocían el campo. Por eso se amargaban y bebían, y robaban sacos de trigo por la noche"

"Y mientras yo loqueaba sin preocuparme de nada, me burlaba de todos, gastaba el poco dinero que tenía, me encantaba correr a toda velocidad con mi motocicleta. Hasta que...¡ zas¡ todo termino de golpe. Accidente, juicio, la opinión popular volcada en contra mía, cárcel, pesadilla.”

Su corazón palpita con más fuerza al acercarse a las casas del pueblo.

Entreríos es una pequeña población, rodeada de pequeñas huertas cercadas por vallados de Tunas, regadas por las aguas de un pequeño río. Requemándose bajo el ardiente sol del verano qué pinta de color dorado las compactas y extensas plantaciones del trigo de la campiña

Por sus calles, de arena caliente, escasas almas transitan; solo algunos niños, fuertes y morenos, corretean y gritan, hiriendo el silencio en el que está sumido el pueblo a esta hora del día. De vez en cuando, algún gallo distraído corea el griterío infantil. Los perros, sin fuerzas para ladrar, jadean, tendidos a las sombras de los edificios. El asnillo del carbonero, mansurrón y sufrido, se abanica con la cola espantandose las moscas que pululan a su alrededor.

Avanza lentamente por la calle dónde está situado el único cine del pueblo. Su nerviosismo aumenta al pasar por la puerta. Está cerrada. -" Menos mal, sería terrible y embarazoso para mí que ella me viese por sorpresa, no sabría cómo reaccionar". Aligera el paso.

Tiembla al sentir abrirse una puerta. Es el repartidor del pan.¿ me habrá visto?." si es así, dentro de un rato todo el pueblo sabrá que estoy aquí"

En la esquina, un hombre sentado a la sombra, descansa recostado en la pared. Agustín reconoce a Zacarías, el viejo borrachín que vive dando continuo sablazos a toda la comunidad.

Camina rápidamente, pidiendo al cielo que Zacarías no se despierte. Pero... Al pasar ante el, levanta su roja cara, con sus ojillos azules y maliciosos, y se queda mirándolo.

- Buenas tardes Zacarías- consigue articular.

- Hola muchacho... Al principio me ha costado reconocerte.¿ cómo te ha ido por ahí?... ya veo que no del todo mal ¿ eh?. Tienes buen aspecto.- Le increpa con sorna.

- Pues sí, no del todo mal- le contesta, pendiente más de las posibles personas que circulen por la calle, que de la conversación del viejo.

- Pues sí, aquí te hemos echado mucho de menos- continúa Zacarías.- sentimos mucho lo que te pasó. Una desgracia asi la tiene cualquiera. Pero, claro, a nadie le da por circular sin carnet. Por cierto, hijo, tu madre está incapaz, se ha quedado delgadísima y tiene la cabeza blanca del todo. En cuanto a tu padre... Ya sabes que no le da importancia a nada. Él vive su vida..., y los demás... a la porra. Tus hermanos están bien, cada uno con su vida. Y tu abuela tan loca como siempre. De Pili no te digo nada, esta sí que sintió tu desgracia. Si te cuento que estuvo enferma cuando te fuiste y qué...

" Viejo chismoso- piensa- no te callaras?. Habrá qué cortarlo"

- Bueno Zacarías, quiero llegar a casa, que ahora estarán almorzando. Después tomaremos una copa ¿vale'-

- Adiós muchacho.¿ no tienes un cigarrito por ahí?

Se lo dio y se fue raudo hacia su casa, pensando en Pili " Era y será aquella jovencita el alma del establecimiento de su padre. De cuerpo más bien bajo y frágil, y de rasgos bastante normales. Tenía en cambio unos ojos hermosísimos y una simpatía contagiosa qué emanaba de aquel par de Carbunclos y de todo su ser ganándose en un segundo los favores del público. Es más creo que una gran mayoría iba solamente para verla."

-¿Y la abuela?! Qué gran personaje ¡-La joroba de Seña Ana- como la llaman en el pueblo- es el hazme reír de toda la chiquillería del barrio. Tiene muy mal genio, y a penas escucha algún pillastre jugando en el portón sale a toda la velocidad que le permiten sus ochenta y cuatro años, con una vara de olivo en la mano, repartiendo golpes a diestro y siniestro. Los niños, mucho más veloces, escapan corriendo, y desde lejos empiezan a burlarse de ella, qué grita y vocifera lanzando palabrotas a los chicos.

Se detuvo a la puerta de su casa sin atreverse a entrar. No imaginaba la escena que se representaba en el interior. Antes sí. Antes podía imaginársela. Su madre estaría en la cocina. Sus hermanos jugarían o hablarían con sus amigos en el patio y su padre leería sentado a la sombra del limonero, fumando, siempre fumando. Pero ahora.¡ había pasado tanto tiempo¡. Era problemático aventurar qué continuanse con las mismas costumbres.

Su primer impulso fue irrumpir violentamente, como siempre lo hizo. Pero recapacitó y comprendió que ese acto ya no estaba de acorde con su edad.

Llamó con los nudillos.

JAP