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Fragmentos literarios


Fragmentos literarios

Llego el día de apartarme de la mejor vida qué hallo haber pasado. Dios sabe lo que sentí al dejar tantos amigos y apasionados, que eran sin número. Vendí lo pongo que tenía, de secreto, para el camino, y con ayuda de unos embustes, hice hasta seiscientos reales. Alquile una mula y salime de la posada, a donde no tenía que sacar más que mi sombra. Quién contará las angustias del zapatero por lo fiado, las solicitudes del ama por el salario, las voces del huésped de la casa por el arrendamiento. Uno decía:" siempre me lo dijo el corazón". Otro:" bien me decía a mí que este era un trampista.

Al fin yo salí tan biénquisto del pueblo, que deje con mi ausencia a la mitad del llorando y a la otra mitad riéndose de los que lloraban.

Ibame yendo por el camino considerando estás cosas, cuando, pasando Torote, encontré con un hombre en un macho de albarda, el cuál iba hablando entre sí con muy gran priesa y tan embebecido, qué, aún estando a su lado no me veía. Saludele Saludome; Preguntele dónde iba, y después que nos pagamos las respuestas, comenzamos a tratar de si bajaba el turco y de las fuerzas del Rey.

Historia de la vida del buscón. Quevedo


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El agua nos salpicó levemente al arrojarnos de la lancha. Estaba muy fría. Instantes después haciendo una pequeña presión con los pies, nos introducimos en busca de los insondables abismos de las profundidades submarinas. Objetivo: visitar la Cueva de los pulpos.

Movíamos las piernas con toda la ligereza agua nos permitía mientras un sin número de burbujitas emergían hacia la superficie.

A cierta profundidad algunos peces huían de nosotros esquivando hábilmente las puntas de rocas y plantas que brotaban del fondo. Nosotros menos diestros rozábamos algunas veces las agudas puntas coralígenas produciéndonos pequeñas cortaduras superficiales. Por fin, en la penumbra casi opaca vimos una gran mancha oscura qué destacaba sobre el marrón verdoso del acantilado. No sin cierto temor nos fuimos introduciendo en el poco a poco. La oscuridad en el interior del foso era total. Con la ayuda de los reflectores pequeños detalles de su interior aparecían, maravillando nuestra vista.! pero pulpos ni uno !; plantas y mas plantas adheridas a las paredes, por el suelo, de enorme longitud, cubriendo toda el área de la cueva; y en los claros, caracoles y pequeños moluscos encima de las piedras nos acompañaron en aquel silencio total y sepulcral durante los pocos minutos qué permanecimos dentro de ella

"La cueva" Mario Pinero

Sssssssssssssssssssssssssssss


Cuando los romanos se trasladaban de domicilio, solían coger un puñado de la tierra en que en aquel reposaban las cenizas de sus antepasados, y echándolo allí donde de nuevo estableciese, reanudaban religiosamente el hilo de la tradición y la perpetuidad familiar basada en el culto a los muertos antepasados. No nos hace falta coger este puñado de tierra a nosotros los hombres de hoy, parque sabemos qué lo es nuestro corazón. Nosotros mismos somos carne de la carne de nuestros padres, sangre de su sangre. Nuestro cuerpo se amasó con la tierra de qué se nutrieron ellos, y nuestro espíritu se formó del espíritu de nuestro pueblo. Allá dónde voy yo, va conmigo mi patria, y lo que conmigo no llevo, suele ser lo que, bajo el nombre de ella, explotan los hijos de los conquistadores, los bárbaros de todos los tiempos.

“La crisis del patriotismo”. Ensayos. Miguel de Unamuno

Ffffffffffffffffffffffffffffffffffff


Poco mas a la derecha, la iglesia que casi deja seguir teniendo vistas por encima del pináculo de su torre, enfrente el castillo y los jardines.

-Es verdad -dijo Eduardo-, a pocos pasos de aquí pude ver trabajando a la gente.

-Luego -siguió el jardinero-, se abre el valle a la derecha y se puede ver un bonito horizonte por encima de los prados y las arboledas. La senda que sube por las rocas ha quedado preciosa. La verdad es que la señora entiende mucho de esto, da gusto trabajar a sus órdenes.

-Ve a buscarla -dijo Eduardo-, y pídele que me espere. Dile que tengo ganas de conocer su nueva creación y de disfrutar viéndola con ella.

El jardinero se alejó presuroso y Eduardo lo siguió poco después. Bajó por las terrazas, fue supervisando a su paso los invernaderos y los parterres de flores, hasta que llegó al agua, y tras cruzar una pasarela, alcanzó el lugar en donde el sendero que llevaba a las nuevas instalaciones se bifurcaba en dos.

“Las afinidades electivas”  Johann Wolfang Goethe

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En Vichy, la Virgen negra de la iglesia de Saint-Blaise es venerada desde «la más remota antigüedad», según decía ya Antoine Gravier, sacerdote comunalista del siglo xvii. Los arqueólogos sostienen que esta escultura es del siglo XIV, y, como la iglesia de Saint-Blaise, donde aquélla está depositada, no fue construida hasta el siglo xv, en sus partes más antiguas, el abate Allot, que nos habla de esta estatua, piensa que se encontraba anteriormente en la capilla de Saint-Nicolas, fundada en 1372 por Guillaume de Hames.

“El misterio de las catedrales”  Fulcanelli

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No cobró ánimo Cándido, pero siguió á la vieja á una ruin casucha, donde le dió su conductora un bote de pomada para untarse, y le dexó de comer y de beber; luego le enseñó una camita muy aseada, y al lado de la cama un vestido completo: Come, hijo, bebe y duerme, le dixo, y Nuestra Señora de Atocha, el señor San Antonio de Padua, y el señor Santiago de Compostela se queden contigo: mañana volveré. Confuso Cándido con todo quanto habia visto, y quanto habia padecido, y mas todavía con la caridad de la vieja, le quiso besar la mano. No es mi mano la que has de besar, le dixo la vieja; mañana volveré. Untate con la pomada, come y duerme.


No obstante sus muchas desventuras, comió y durmió Cándido. Al otro día le trae la vieja de almorzar, le visita las espaldas, se las estriega con otra pomada, y luego le trae de comer: á la noche vuelve, y le trae que cenar. El tercer dia fué la misma ceremonia. ¿Quién es vm.? le decia Candido; ¿quién le ha inspirado tanta bondad? ¿cómo puedo darle dignas gracias? La buena señora nunca respondía palabra, pero volvió aquella noche, y no traxo que cenar. Ven conmigo, le dixo, y no chistes; y diciendo esto agarró á Cándido del brazo, y echó á andar con el por el campo. A cosa de medio quarto de legua que hubiéron andado, llegáron á una casa sola, cercada de canales y jardines. Llama la vieja á un postigo: abren, y lleva á Cándido por una escalera secreta á un gabinete dorado, donde le dexa sobre un canapé de terciopelo, cierra la puerta, y se marcha. A Cándido se le figuraba que soñaba, teniendo su vida entera por un sueño funesto, y el momento actual por un sueño delicioso.


Presto volvió la vieja, sustentando con dificultad del brazo á una muger que venia toda trémula, de magestuosa estatura, cubierta de piedras preciosas, y tapada con un velo. Alza ese velo, dixo á Candido la vieja. Arrimase el mozo, y alza con mano tímida el velo. ¡Qué instante! ¡qué pasmo! cree que está viendo á su baronesita, á su Cunegunda; y así era la verdad, porque era ella propia. Fáltale el aliento, no puede articular palabra, y cae desmayado á sus plantas.

Cunegunda se cae sobre el canapé: la vieja los inunda en aguas de olor; vuelven en sí, se hablan; primero en voces interrumpidas, en preguntas y respuestas que no se dan vado unas á otras, en suspiros, lágrimas y gritos. La vieja, recomendándoles que metan ménos bulla, los dexa libres. ¡Con que es vm., dice Candido! ¡con que la veo en Portugal, y no ha sido violada, y no le han pasado de parte á parte las entrañas, como me habia dicho el filósofo Panglós! Sí tal, replicó la hermosa Cunegunda, pero no siempre son mortales esos accidentes.

—¿Y han sido muertos el padre y la madre de vm.?—Por mi desgracia, sí, respondió llorando Cunegunda.—¿Y su hermano?—Mi hermano también.—¿Pues porqué está vm. en Portugal? ¿cómo ha sabido que también yo lo estaba? ¿porqué raro acaso me ha hecho venir á esta casa? Todo lo diré, replicó la dama; pero antes es forzoso que me diga vm. quantos sucesos le han pasado desde el inocente beso que me dió, y las patadas con que se le hiciéron pagar

“Cándido” Voltaire

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¡Qué ilusión, esta noche, la de los niños, Platero! No era posible acostarlos. Al fin, el sueño los fué rindiendo, a uno en una butaca, a otro en el suelo, al arrimo de la chimenea, a Blanca en una silla baja, a Pepe en el poyo de la ventana, la cabeza sobre los clavos de la puerta, no fueran a pasar los Reyes.... Y ahora, en el fondo de esta afuera de la vida, se siente como un gran corazón pleno y sano, el sueño de todos, vivo y mágico.

Antes de la cena, subí con todos. ¡Qué alboroto por la escalera, tan medrosa para ellos otras noches!--A mí no me da miedo de la montera, Pepe, ¿y a tí?,--decía Blanca, cogida muy fuerte de mi mano.--Y pusimos en el balcón, entre las cidras, los zapatos de todos. Ahora, Platero, vamos a vestirnos Montemayor, tita, María-Teresa, Lolilla, Perico, tú y yo, con sábanas y colchas y sombreros antiguos. Y a las doce, pasaremos ante la ventana de los niños en cortejo de disfraces y de luces, tocando almireces, trompetas y el caracol que está en el último cuarto. Tú irás delante conmigo, que seré Gaspar y llevaré unas barbas blancas de estopa, y llevarás, como un delantal, la bandera de Colombia, que he traído de casa de mi tío, el cónsul.... Los niños, despertados de pronto, con el sueño colgado aún, en jirones, de los ojos asombrados, se asomarán en camisa a los cristales, temblorosos y maravillados. Después, seguiremos en su sueño toda la madrugada, y mañana, cuando ya tarde los deslumbre el cielo azul por los postigos, subirán, a medio vestir, al balcón y serán dueños de todo el tesoro.

“Platero y yo” Juan Ramón Jiménez

Vvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvv

Amo el campo entrañablemente, el aire libre, los espacios abiertos, los amplios horizontes. No sé si este amor es innato en mi naturaleza animal que me une a la tierra, común en todos los seres, o que viejas reminiscencias evocativas de mi niñez pasada entre breñales, zarzas y encinares hacen más agradables mis recuerdos.

Me extasío con el perfume de los campos recién labrados, mojados por la lluvia. Me embeleso con los segadores en el estío con su monótono y lento avanzar humillando las mieses y asustando a las inofensivas y escandalosas chicharras.

¿Y el campo en primavera? ¿Habrá belleza más sublime y pura.? Esas tímidas margaritas que bordean los linderos, frescas y lozanas, sin que el sol ni el tiempo las hayan marchitado todavía. Esos almendros y naranjos en flor, con sus perfumes suaves o ásperos indistintamente, colman con creces todos mis gustos en la soledad espiritual de la inconsciencia en que nos sentimos sumidos en el campo.

La ciudad a veces me es odiosa. El tráfico agitado, la lucha constante entre hombres y vehículos por la supremacía de la rapidez, semáforos con sus mandatos imperativos, se me graban en el cerebro como figuras de pesadilla.

Naturalmente que la ciudad ofrece ventajas que el campo carece. La facilidad de comprar alguna cosa a la vuelta de la esquina. El agrado de asistir a algún espectáculo cuando te viene en gana. La soledad de un fresco jardín. Y otras pequeñas cosas que quizás compensen algo el ritmo febril a que estamos sometidos en ella.

“Círculo cerrado”  Mario Pinero

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Ya comenzaban en el puchero humano de la Corte a hervir hombres y mujeres, unos hacia arriba, y otros hacia abajo, y otros de través, haciendo un cruzado al son de su misma confusión, y el piélago racional de Madrid a sembrarse de ballenas con ruedas, que por otro nombre llaman coches, trabándose la batalla del día, cada uno con disinio y negocio diferente, y pretendiéndose engañar los unos a los otros, levantándose una polvareda de embustes y mentiras, que no se descubría una brizna de verdad por un ojo de la cara, y don Cleofás iba siguiendo a su camarada, que le había metido por una calle algo angosta, llena de espejos por una parte y por otra, donde estaban muchas damas y lindos mirándose y poniéndose de diferentes posturas de bocas, guedejas, semblantes, ojos, bigotes, brazos y manos, haciéndose cocos a ellos mismos. Preguntóle don Cleofás qué calle era aquélla, que le parecía que no la había visto en Madrid, y respondióle el Cojuelo:

—Ésta se llama la calle de los Gestos, que solamente saben a ella estas figuras de la baraja de la Corte, que vienen aquí a tomar el gesto con que han de andar aquel día, y salen con perlesía de lindeza, unos con la boquita de riñón, otros con los ojitos dormidos, roncando hermosura, y todos con los dos dedos de las manos, índice y meñique, levantados, y esotros, de Gloria Patri. Pero salgámonos muy apriesa de aquí; que con tener estómago de demonio y no haberme mareado las maretas del infierno, me le han revuelto estas sabandijas, que nacieron para desacreditar la naturaleza y el rentoy

“El diablo cojuelo”  Luis Vélez de Guevara

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Dice la historia que era grandísima la atención con que don Quijote escuchaba al astroso Caballero de la Sierra, el cual, prosiguiendo su plática, dijo:

— Por cierto, señor, quienquiera que seáis, que yo no os conozco, yo os agradezco las muestras y la cortesía que conmigo habéis usado; y quisiera yo hallarme en términos que con más que la voluntad pudiera servir la que habéis mostrado tenerme en el buen acogimiento que me habéis hecho, mas no quiere mi suerte darme otra cosa con que corresponda a las buenas obras que me hacen, que buenos deseos de satisfacerlas.

— Los que yo tengo —respondió don Quijote— son de serviros; tanto, que tenía determinado de no salir destas sierras hasta hallaros y saber de vos si el dolor que en la estrañeza de vuestra vida mostráis tener se podía hallar algún género de remedio; y si fuera menester buscarle, buscarle con la diligencia posible. Y, cuando vuestra desventura fuera de aquellas que tienen cerradas las puertas a todo género de consuelo, pensaba ayudaros a llorarla y plañirla como mejor pudiera, que todavía es consuelo en las desgracias hallar quien se duela dellas. Y, si es que mi buen intento merece ser agradecido con algún género de cortesía, yo os suplico, señor, por la mucha que veo que en vos se encierra, y juntamente os conjuro por la cosa que en esta vida más habéis amado o amáis, que me digáis quién sois y la causa que os ha traído a vivir y a morir entre estas soledades como bruto animal, pues moráis entre ellos tan ajeno de vos mismo cual lo muestra vuestro traje y persona. Y juro —añadió don Quijote—, por la orden de caballería que recebí, aunque indigno y pecador, y por la profesión de caballero andante, que si en esto, señor, me complacéis, de serviros con las veras a que me obliga el ser quien soy: ora remediando vuestra desgracia, si tiene remedio, ora ayudándoos a llorarla, como os lo he prometido

“El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” Miguel de Cervantes

Vvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvv


Tiene la casa limpísima y todo en un orden perfecto. Los muebles no son artísticos ni elegantes; pero tampoco se advierte en ellos nada pretencioso y de mal gusto. Para poetizar su estancia, tanto en el patio como en las salas y galerías, hay multitud de flores y plantas. No tiene, en verdad, ninguna planta rara ni ninguna flor exótica; pero sus plantas y sus flores, de lo más común que hay por aquí, están cuidadas con extraordinario mimo.

Varios canarios en jaulas doradas animan con sus trinos toda la casa. Se conoce que el dueño de ella necesita seres vivos en quien poner algún cariño; y, a más de algunas criadas, que se diría que ha elegido con empeño, pues no puede ser mera casualidad el que sean todas bonitas, tiene, como las viejas solteronas, varios animales que le hacen compañía: un loro, una perrita de lanas muy lavada y dos o tres gatos, tan mansos y sociables, que se le ponen a uno encima.

“Pepita Jiménez” Juan Valera

Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa


Vagando al acaso por el laberinto de calles estrechas y tortuosas de cierta antigua población castellana, acerté a pasar cerca de un templo en cuya fachada el arte ojival y el bizantino, amalgamados por la mano de dos centurias, habían escrito una de las páginas más originales de la arquitectura española. Una ojiva, gallarda y coronada de hojas de cardo desenvueltas, contenía la redonda clave del arco de la iglesia, en la que el tosco picapedrero del siglo XII dejó esculpidas, en interminables hileras de figuras enanas y características de aquel siglo, las más extrañas fantasías de su cerebro, rico en leyendas y piadosas tradiciones. Por todo el frente de la

fachada se veían, interpolados con un desorden, del cual no obstante resultaba cierta inexplicable armonía, fragmentos de arcadas románicas incluidas en lienzos de muro, cuyos entrepaños dibujaban las descarnadas líneas de los pilares acodillados, con sus basas angulosas y sus capiteles de espárrago, propios del género gótico; trozos de molduras compuestas de adornos circulares combinados geométricamente que se interrumpían a veces para dejar espacio a la ornamentación afiligranada y ondeante de una ventana de arco apuntado, enriquecido de figurinas más airosas y altas, y adornada de vidrios de colores. Adonde quiera que se fijaban los ojos, podían observarse detalles delicados de los dos géneros a que pertenecía el edificio y muestras de la feliz alianza con que la generación posterior supo, imprimiéndole su sello especial, conservar algo de la fisonomía y el espíritu severo y sencillo en su tosquedad, del primitivo monumento.

“Rimas”  Gustavo Adolfo Bécquer

Kkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkk


Sin el menor artificio he presentado ya a mis personajes, a varios de los personajes principales que han de figurar en la presente historia; pero me quedan dos todavía, de los cuales conviene dar previamente alguna noticia.

Don Paco, según hemos dicho, era un hombre enciclopédico, de varias aptitudes y habilidades; la mano derecha del cacique y la subordinada inteligencia que hacía que en el lugar la soberana voluntad del cacique se respetase y cumpliese.

Había, sin embargo, en Villalegre otra persona, que en más pequeña esfera y en más reducidos términos, si no competía, se acercaba mucho al mérito de don Paco por la multitud de sus conocimientos y habilidades y por lo hacendosa y lista que era.

Hablo aquí de la famosísima Juana la Larga. Imposible parece que esta mujer atinase a hacer bien tantas cosas diversas. Ella trabajaba mucho, pero no se ha de negar que con fruto. Tenía casa propia, sin lagar y sin bodega, pero en lo restante casi tan buena como la de don Paco. Carecía de olivares y de viñas, pero había hecho algunos ahorrillos, que, según la voz pública, pasaban de doce mil reales, y que iban creciendo como la espuma, porque los tenía dados a rédito a personas muy de fiar, y al diez por ciento al año, porque como era mujer muy temerosa de Dios, de muy estrecha conciencia y muy caritativa, no quería pasar por usurera.

“Juanita la larga”  Juan Valera

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En las colinas de Seeonee daban las siete en aquella bochornosa tarde. Papá Lobo despertóse de su sueño diurno; se rascó, bostezó, alargó las patas, primero una y luego la otra para sacudirse la pesadez que todavía sentía en ellas. Mamá Loba continuaba echada, apoyado el grande hocico de color gris sobre sus cuatro lobatos, vacilantes y chillones, en tanto que la luna hacía brillar la entrada de la caverna donde todos ellos habitaban.

“El libro de las tierras vírgenes Joseph Rudyard Kipling

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Ahora se daba cuenta de que durante los tres últimos meses había estado viviendo en un sueño. Si bien en el fondo de su mente había sabido que la antigua vida había terminado, se había negado a aceptarlo. William Hamleigh la había despertado. No dudaba por un momento de que su historia era real y que el rey Stephen había hecho conde de Shiring a Percy Hamleigh, pero quizás hubiera algo más. Tal vez el rey hubiera dispuesto algunas provisiones para ella y Richard. De no ser así, debiera hacerlo y ciertamente ellos podían presentar una súplica. Como quiera que fuese, tendrían que ir a Winchester. Allí podrían averiguar por fin qué había sido de su padre.

“Los pilares de la tierra”  Ken Follett.

Vvvvvvvvvvvvvvvvvvvv


Algunos años más tarde, circunstancias de familia me llevaron a establecerme en una  pequeña aldehuela del distrito de N. Me había consagrado a la agricultura y no dejaba de  suspirar secretamente, cuando recordaba mi vida pasada, bulliciosa y despreocupada. Lo  que se me hacía más difícil, era pasar las noches, tanto en primavera, invierno, como  verano, en completa soledad. Hasta la hora de la comida encontraba la manera de matar el tiempo, unas veces charlando con el alcalde, otras inspeccionando las tareas de labranza y echando un vistazo a los nuevos establecimientos; pero tan pronto como caía la noche no se me ocurría adonde meterme.

“Un disparo memorable” Alejandro Pushkin

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¡Ay, pero qué agarrado era aquel Scrooge! ¡Viejo pecador  avariento que extorsionaba, tergiversaba, usurpaba, rebañaba,  apresaba! Duro y agudo como un pedernal al que ningún  eslabón logró jamás sacar una chispa de generosidad; era  secreto, reprimido y solitario como una ostra. La frialdad que tenía dentro había congelado sus viejas facciones y afilaba su  nariz puntiaguda, acartonaba sus mejillas, daba rigidez a su porte; había enrojecido sus ojos, azulado sus finos labios; esa frialdad se percibía claramente en su voz raspante. Había escarcha canosa en su cabeza, cejas y tenso mentón. Siempre llevaba consigo su gélida temperatura; él hacía que su despacho

estuviese helado en los días más calurosos del verano, y  en Navidad no se deshelaba ni un grado.

“Un cuento de Navidad” Charles Dickens.

Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

Cuando fueron introducidos en presencia del Gran Kan, el rey, que era afable en extremo, los acogió con alegría, y les preguntó muchas veces sobre las cualidades de las regiones de Occidente, sobre el Emperador de romanos, sobre los reyes y los príncipes cristianos, sobre cómo se guardaba la justicia en sus reinos y de qué manera hacían la guerra. Les inquirió también con insistencia sobre las costumbres de los latinos, y ante todo les interrogó con más ahínco todavía acerca del Papa de los cristianos y el culto de la fe cristiana. Aquéllos, a fuer de hombres prudentes, dieron sabia

respuesta a cada cuestión, por lo que el soberano ordenaba que fueran llevados a menudo a su presencia, y hallaron gracia ante sus ojos.

“El libro de Marco Polo” Marco Polo

Hhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh

Por los tenebrosos rincones de mi cerebro, acurrucados y desnudos, duermen los extravagantes hijos de mi fantasía, esperando en silencio que el arte los vista de la palabra para poderse presentar decentes en la escena del mundo.

Fecunda, como el lecho de amor de la miseria, y parecida a esos padres que engendran más hijos de los que pueden alimentar, mi musa concibe y pare en el misterioso santuario de la cabeza, poblándola de creaciones sin número, a las cuales ni mi actividad ni todos los años que me restan de vida

serían suficientes a dar forma.

Y aquí dentro, desnudos y deformes, revueltos y barajados en indescriptible confusión, los siento a veces agitarse y vivir con una vida oscura y extraña, semejante a la de esas miríadas de gérmenes que hierven y se estremecen en una eterna incubación dentro de las entrañas de la tierra, sin encontrar

fuerzas bastantes para salir a la superficie y convertirse al beso del sol en flores y frutos.

“Rimas”  Gustavo Adolfo Bécquer

Vvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvv

¿Ves aquello que asoma por detrás de esos montes?...!Pues son las torres de los “Almendrillos”!. Allí toreé yo muchas veces, cuando tenía dieciocho o veinte años. - Iba contándome mi abuelo, a medida que mis ojos, ávidos de conocer y grabar en ellos imágenes nuevas que enriqueciesen la virginidad de mi cerebro, se fijaban con detenimiento en las dos torres almenadas que emergían por encima de un cerro poblado de viejos y deformes olivos.

Hacía ya dos horas que caminábamos ininterrumpidamente. A mis ocho años era la primera vez que contemplaba un paisaje lejos de los limitados metros que circundaban nuestra casa de campo, y en los cuales se circunscribian las acciones de mis pocos años de existencia. Me maravillaba aquel mundo nuevo que se abría ante mí.

Recuerdo nítidamente un gran canal que rielaba mansamente entre unos chopos, a poca distancia después de pasar un pequeño pueblo de casas bajas y blancas, todas muy uniformes; a lo lejos se divisaban unas estribaciones de montes verdes, y en uno de ellos una torre que en la lejanía semejaba una piedra grande y alargada.

Comimos en una venta de camino situada a la salida del pequeño villorrio. Al poco rato mi abuelo dormia la siesta a la sombra de un tupido chaparro, confortado con el delicioso frescor que surgía de la corriente, mientras que yo jugueteaba echando palitos en el agua.

Mi abuelo descargaba su cabeza de recuerdos. En todo el camino no paraba de contarme cosas, de su paso por allí en otros tiempos, de sus andanzas, de sus penalidades… Y además yo no dejaba nunca de preguntarle:¿ abuelo, esta finca de quién es?¿ abuelo esas vacas de allí envisten?¿ abuelo me tapará el arroyo?.

Son recuerdos imborrables de un viejo viajé en donde contemplé por primera vez la salida del sol entre la hojarasca del monte. Observe un gran número de cosas nunca vistas por mí hasta entonces, y conocí una gran parte de la vida de mi abuelo.

“Justino Segura”  Mario Pinero

Ttttttttttttttttttttttttttttttttt

Platero es un burro pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.

Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas.... Lo llamo dulcemente: "¿Platero?", y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal....

Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina gotita de miel....

Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña ... pero fuerte y seco como de piedra. Cuando paso sobre él los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:

--Tiene acero ...

--Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.

“Platero y yo”  Juan Ramón Jiménez

Qqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqq


–Hijo, ya sé que no te veré más. Procura de ser bueno, y Dios te guíe. Criado te he y con buen amo te he puesto; válete por ti.


Y así me fui para mi amo, que esperándome estaba.


Salimos de Salamanca, y, llegando al puente, está a la entrada de ella un animal de piedra, que casi tiene forma de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal, y, allí puesto, me dijo:


–Lázaro, llega el oído a este toro y oirás gran ruido dentro de él.


Yo simplemente llegué, creyendo ser así. Y como sintió que tenía la cabeza par de la piedra, afirmó recio la mano y diome una gran calabazada en el diablo del toro, que más de tres días me duró el dolor de la cornada, y díjome:


–Necio, aprende, que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo.

Y rió mucho la burla.

“El Lazarillo de Tormes”  Anónimo

Hhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh

Por Apolo médico y Esculapio juro: por Higias, Panacea y todos los dioses y diosas a quien pongo por testigo de la observancia de este voto, que me obligo a cumplir lo que ofrezco con todas mis fuerzas y voluntad. Tributaré a mi maestro de Medicina igual respeto que a los autores de mis días, partiendo con ellos mi fortuna y socorriéndoles en caso necesario; trataré a sus hijos como a mis hermanos y, si quisieren aprender la ciencia, se la enseñaré desinteresadamente y sin otro género de recompensa. Instruiré con preceptos, lecciones habladas y demás métodos de enseñanza a mis hijos, a los de mis maestros y a los discípulos que me sigan bajo el convenio y juramento que determina la ley médica y a nadie más.


Fijaré el régimen de los enfermos del modo que les sea más provechoso según mis facultades y mi conocimiento, evitando todo mal e injusticia. No me avendré a pretensiones que afecten a la administración de venenos, ni persuadiré a persona alguna con sugestiones de esta especie; me abstendré

igualmente de administrar a las mujeres embarazadas pesarios abortivos. Mi vida la pasaré y ejerceré mi profesión con inocencia y pureza. No practicaré la talla dejando esa operación y otras a los especialistas que se dedican a practicarla ordinariamente.


Cuando entre en una casa, no llevaré otro propósito que el bien y la salud de los enfermos, cuidando mucho de no cometer intencionadamente faltas injuriosas o acciones corruptoras y evitando principalmente la seducción de las mujeres jóvenes, libres o esclavas. Guardaré reserva acerca de lo que oiga o vea en la sociedad y no sea preciso que se divulgue, sea o no del dominio de mi profesión, considerando el ser discreto como un deber en semejantes casos. Si observo con fidelidad mi juramento, séame concedido gozar felizmente mi vida y mi profesión, honrado siempre entre los hombres: si lo quebranto y soy perjuro, caiga sobre mí la suerte adversa.

“El juramento”  Hipócrates

Ggggggggggggggggggggggggggg

A la tercera jornada, en torno del mediodía, se descubrió que faltaba una mosca. El viaje de regreso resultó largo y difícil, debido a la carencia de cartas de navegación y de brújula, y por el aspecto variable de la costa, con las altas mareas cubriendo o alterando los puntos de referencia. Después de dieciséis días de búsqueda seria y leal, se encontró por fin a la mosca, que fue recibida con himnos de alabanza y gratitud, mientras la Familia permanecía descubierta en señal de respeto a su origen divino. Estaba extenuada y el mal tiempo le había producido sufrimientos, pero aparte de eso estaba en buenas condiciones. Muchos hombres habían muerto de hambre con su familias en las cumbres áridas, pero a ella no le había faltado comida. La multitud de cadáveres se ofrecía en putrefacta y maloliente abundancia. Así fue providencialmente salvado el sagrado insecto.

“Cartas desde la tierra” Mark Twain

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–¿Un mayor cambio de atmósfera? –exclamó Ida–. ¿Para ella no será suficiente cambio de atmósfera pasar de ese bruto inmundo a la persona que más lo aborrece sobre esta tierra?

–No, porque lo aborreces tantísimo que siempre estarás hablándole de él a la niña. Lo impondrás a su atención hablando mal de él todo el rato. La señora Farange se quedó pasmada:

–Hazme el favor: ¿es que entonces no he de hacer nada para contrarrestar las canallescas barbaridades que él le dirá de mi?

Por un instante, la buena mujer guardó silencio: ese silencio constituyó una lúgubre censura contra semejante punto de vista.

“Lo que Maisie sabia” Heny James

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