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El tonto andariego.


Mi tonto, es decir, El tonto de mi pueblo, también tiene su hobby: viajar. Es un tonto andariego: un amante de la naturaleza. Creo que Felipe tiene alma de poeta. Más de una vez lo he visto sentado encima de una piedra (jamás se guarece bajo los árboles ni del sol ni de la lluvia) contemplando con los ojos extasiados y la cara embobada el suave transcurrir de un riachuelo, de aguas limpias sombreadas por los arbustos de la orilla; la apacible tranquilidad de un prado, donde pastan las vacas, de ajos grandes y curiosos, o el quedó murmullo de un bosque, interrumpido de vez en cuando por la llamada anhelante de un pájaro en celo. Así es Felipe, la mitad de su vida se la ha llevado contemplando.

La otra se la ha pasado andando, es un gran andador y nunca consiente en montarse en ninguna clase de vehículo. Andar..., andar..., esa es su pasión. Media región conoce la cara morena, de labios caídos y ojos apagados de Felipe. Y es de una honradez especial; jamás coge algo que ya posea. Si alguien le da un cigarro o un trozo de pan, contesta muy serio la cabeza agachada:

-! No, gracias! Ya me han dado en la casa de allá abajo.

Se marcha sin decir más, por qué Felipe rehúye el trato con las personas. Son tantos los desengaños y burlas que ha tenido que soportar, que ahora cuando ve a alguien lo mira con sus ojos negros y desconfiados, dando un rodeo para no cruzarse con él.

Creo que uno dentro de la multitud de granitos de arena que han influido en la forma de ser de Felipe ocurrió en mí misma casa.

Era yo un niño, y en la finca, propiedad de mi abuelo, vivían otros chicos, primos míos, qué juntos formábamos una pandilla capaz de hacer perder la paciencia al mismísimo Job

Una tarde calurosa de junio un hombre de aspecto muy raro se quedó parado en el hueco de la puerta, con sus grandes y sucias manos apoyadas en el batiente, mirándonos estúpidamente. Nosotros que jugábamos en el patio, al principio nos asustamos, pero la vivaracha y pequeñita Julia salió corriendo hacia la cocina gritando:

-! Mamá, un hombre! ;! Un hombre!

A sus gritos Acudió mi abuelo, qué mirando al hombre raro, objeto de nuestro susto, le sonrió con una sonrisa especial, casi parecida a la que empleaba con vosotros, y en el mismo tono le habló:

- hola Felipe. ¿Dando una vueltecita?. Tienes hambre, ¿verdad? - y alzando la voz ordenó a mi abuela. - ¡Ana, saca un plato de comida qué está aquí Felipe¡

Aquella noche durmió en el pajar, y a la mañana siguiente le vimos quitando la paja sucia de la cuadra, por lo que deducimos que el abuelo lo había convencido para que se quedará allí una temporada. Al menos durante el verano, que había un gran apretón de trabajo.

Al principio todo marchó estupendamente. Felipe nos llevaba sobre sus hombros a la era a machacar lino. Recuerdo que tenía los dedos casi todos reventados del mazo. Nos acostumbramos a su mutismo, y le escuchábamos cantar siempre la misma canción, cómo una interminable letanía.

Qué lindo pelo tiene, carabí

Qué lindo pelo tiene, carabá

Quien se lo peinará

Carabibubí, carabibubá.

Después llegó la recogida del maíz y lo pusieron a desgranar. Allí estaban las novias de mis tíos y varias muchachas que se metían con él y le hacían cantar la misma canción está ponerlo ronco. A Felipe le gustaba aquel ambiente, y aquellos días quizás fueran los más alegres de su vida, hasta el. Que pareció incluso cambiar la expresión idiota de su cara.

Pero para su desgracia, llego a casa de vacaciones, un Zagal, mayor que nosotros, hermano de una de mis tías, lleno de malicia y perversión, que desde el primer momento trató de indisponernos con el pobre Felipe. Cosa fácil para él, ya que estábamos empezando a cansarnos del tonto, que siempre hacía lo mismo, y en cambio Gerardo era una novedad. Así que empezó el boicot contra Felipe. Gerardo era el cerebro y nosotros, casi inconscientemente, los brazos ejecutores.

Le llenábamos las mantas de agua, le metíamos cardos en los bolsillos y en fin, explotamos toda la colección de bromas pesadas sin que Felipe diera una mínima muestra de desagrado. No sé si por paciencia, bondad, o por miedo a ser arrojado de la casa donde también se encontraba, si se enfadaba con nosotros. Por nuestra parte teníamos mucho cuidado de que no llegaran estos manejos a oídos de los mayores. Y por otro lado, ¿quién iba a dar oídos a las quejas de un tonto?

Pero estos trabajos tuvieron su culminación un atardecer de agosto. Mi tío acaba de llegar de cacería y dejo la escopeta apoyada en una esquina del comedor. Estaba anocheciendo. Mi madre, recuerdo, había ido por agua; el pozo quedaba un poco lejos de la casa y el resto de la familia estaba trabajando. Felipe, sentado en una silla baja , estaba entregado adiós sabe que extraños pensamientos. Salió mi tío a la bodega y nuestras pequeñas en mentes exacerbadas por la impasibilidad de Felipe empezaron a trabajar imaginando mil diferentes torturas. Unos empezamos a empujarle la silla, otros a quitarle la gorra, cosa imposible, pues aferraba sus manos a ella con una fuerza descomunal. En ahora se le ocurrió a mi primo Antoñín, pronunciar, en un sonsonete pesado y zumbón, estas palabras:! Felipe el tonto!, inmediatamente empezamos a corearlo todos y a dar vueltas alrededor de la silla, como los indios entorno al poste del tormento.

- ¡Felipe el tonto, Felipe el tonto, Felipe el tonto¡.... - exclamábamos todos.

Así un buen rato, y como si nada. Parecía una competición. Pero no sé qué extraña sensación le causaban estas palabras, pues me di cuenta que casi imperceptiblemente se iba transformando; levantaba la cabeza un poco más, las manos le temblaban, apretar los labios, los ojos cobraban otra expresión diferente de la habitual! hasta qué por fin estalló! Fue algo terrible para nosotros, que no esperábamos un Felipe así. Dio un rugido y se abalanzó sobre la escopeta apuntándola hacia donde estábamos. Nos quedamos petrificados. La pequeña Julia pudo articular un grito, qué afortunadamente, mi tío que estaba en la bodega, oyó. irrumpió Violentamente y dándole un empujón al tonto le quitó el arma. Momento que aprovechamos nosotros para huir al dormitorio, muertos de miedo.

Nunca he sabido lo que pasó en el comedor, pero conociendo bastante bien a mi tío , puedo asegurar casi con toda certeza, que no se atrevería a pegarle ni hacerle ningún daño a Felipe

Después de Reunida la familia, como en un pequeño consejo de guerra, se decidió expulsar a Felipe por considerarlo un peligro para los niños. Cómo gracia especial se le concedió dormir aquella noche en el pajar. Nosotros lloramos toda la noche, quizás un tanto arrepentidos.

A la mañana siguiente, contemplamos a Felipe desde la ventana alta del granero, con su pequeño Hatillo y sus enormes pies, caminar con la cabeza baja hacia el camino vecinal. Todos estábamos serios y tristes. Quizás las cuerdas de la sensibilidad empezaron prematuramente a funcionar en mí y sentí una sensación que no había experimentado nunca hasta entonces que me oprimía el corazón y la garganta. Varias lágrimas, gordas, a fuerza de contenerlas corrieron a mi pesar por las mejillas.

JAP

                                                                                                                                                               JAP